Soy Mestiza, como casi todas nosotras, las mujeres que habitan este país
latinoamericano. ¡Vaya país! Tan vasto, tan codiciado, tan lleno de contradicciones
y hartazgos.
De niña me llamaban Tonantzin, la madre-tierra, una diosa capaz de
cultivar el maíz, albergar sus raíces, nutrir sus dientes, apagar su sed. Muy bien
recuerdo como los campos que me rodeaban; desaparecieron entre toneladas de
piedras para construirme una casa: un palacio grande, una catedral para albergar
y cobijar a los miles de hijos ¿e hijas? que parí sin darme cuenta. Porque sí, de
repente me convertí en madre instalada en una media luna despojada de sus
ciclos; apuntalada en la eterna permanencia.
Más tarde, sin embargo, me vi inmersa en una imagen peregrina. Un
vaivén de ires y venires entre banderas, blasones, o estandartes que invocaban
mi presencia para justificar sus luchas. En esos viajes fui y he sido todo: Madre,
Hermana, Hija, Amante, Confesora Piadosa. Reina, Señora, Emperatriz,
Misionera Celeste, Patrona de Libertades que se tejen a través de mi mirada, de
labios callados y de unas manos, mis manos, que se tocan entre sí para primero
convocar a su libre albedrio.
El manto que me cubre está cubierto de estrellas. Rocas luminosas que
amparan las sombras que constantes me visitan. Siluetas ensombrecidas por
historias ajenas a mis ojos embutidos en leyendas cubiertas de rosas. Miradas
suplicantes que me invocan Santa para liberarse de la Muerte.
Yo, entonces, prefiero renunciar a mi virginal pureza. La vida me incita a
otras proezas. No más semblanzas con las musas provenientes de otras tierras:
reinas con rostros recatados muy parecidos al mío, o el mío muy parecido al de
ellas: una genealogía adicta a manifestarse a sentidos delirantes con el afán de
conservarnos inmunes a la muerte y por siempre inmaculadas para depositar en
nuestro cuerpo los misterios del valor y el poder del miedo. El temor a
reconocerse humanos, a saberse humanos proclives a desaparecer, y con ello, a
despoblar su historia.
En esos recónditos hallazgos me figuro que ya no soy virgen inmaculada,
sino mujer segura de saberse viva, de saberse día, día y noche, con promesa de
renacer.
Pero, surgir de otra manera. Brotar de entre la maraña de palabras rancias,
de naceres y muertes santificadas, de castas promesas de amor fraguado entre
dolor, entre sangre, entre la puta idea de manosearme santa para luego
derrocharme entre caminos, cubierta de polvo y acompañada de flores
descoloridas, follajes simétricos que se reciclan para mentar su madre en mi
presencia.
Pilar Chehin, 12 de diciembre, 2019. CDMX
(1) Adriana Colina Barranco Cancino, veintinueve años, diseñadora multimedia. Egresada de la facultad de Artes y Diseño de la UNAM; especializada en postproducción, animación 3D y publicidad.
Adriana subraya: “… me apasiona la animación 3D, CGI (Computer-generated imagery) y los efectos especiales. Me interesa hacer diseño y animaciones políticas porque siento que hacer consciencia con este tipo de arte es lo que necesitamos”.
Puedes encontrar a Adriana en Instagram como @a_leph_
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