Daniel Escorza Rodríguez
En las últimas décadas la figura presidencial en México ha sufrido un desgaste social notable a consecuencia de pifias, errores y sobre exposición a los medios. Parece que ser Presidente de la república es sinónimo de constituirse en blanco de las invectivas que la sociedad letrada asesta a quien ocupa la silla presidencial. Pero no siempre fue así. Alguna vez hubo presidentes con una vida digna y con vasta cultura, como fue el caso de Adolfo de la Huerta, nacido en Guaymas Sonora en 1881.
El revolucionario sonorense llegó a ser presidente interino de la república, antes de cumplir los cuarenta años de edad, a raíz del asesinato de Venustiano Carranza en mayo de 1920. Desde ese interinato convocó a elecciones en ese mismo año resultando electo el general Álvaro Obregón, quien ejerció la presidencia de 1920 a 1924.
Quienes conocieron a De la Huerta afirman que en los aciagos días de las luchas constitucionalistas entre 1913 y 1914, Carranza y Obregón solicitaban al joven sonorense que cantara para paliar las jornadas militares, con la frase: “Canta, Fito… canta”, en alusión a la magnífica voz de tenor que poseía. Así lo señala el historiador Pedro Castro Martínez en sus obras: La integridad como arma de la Revolución, UAM, 1988, y Adolfo de la Huerta y la Revolución Mexicana, INEHRM, 1992.
Como se sabe, en 1923 nuestro personaje se opuso a la candidatura presidencial de Plutarco Elías Calles al grado de que lanzó su propia postulación apoyado por el Partido Nacional Cooperatista. En su breve campaña, De la Huerta realizó un mítin en Pachuca, en el cual logró reunir un gran número de simpatizantes en la Plaza Independencia. No obstante, en diciembre de ese mismo año llamó a una rebelión armada y desconoció al presidente de la república. Aun cuando esta movilización militar conocida como “Rebelión Delahuertista” cundió por todo el país, la revuelta fue derrotada militarmente entre febrero y marzo de 1924, y entonces Adolfo de la Huerta se exilió en Estados Unidos.
A diferencia de los expresidentes de hoy en día, nuestro personaje no contaba con pensiones millonarias, ni con favores políticos de por vida, por lo cual tuvo que trabajar para ganarse el sustento diario. Para ello estableció un estudio de música y vocalización, en la ciudad de Los Ángeles, California, donde enseñaba el arte del bel canto a artistas noveles de Hollywood. Sus biógrafos afirman que una de sus frases preferidas era: “Si el alumno no canta, yo lo hago cantar; al tenor lo convierto en bajo y al bajo en tenor…”. Tal era su prestigio y fama en Estados Unidos que el tenor Enrico Caruso -quien había visitado México en 1919- se refirió a Adolfo de la Huerta como un “eximio tenor” y lo consideraba como su sucesor musicalmente hablando.
De la Huerta regresó a México durante la presidencia de Lázaro Cárdenas a mediados de la década de 1930 y murió en condiciones modestas en la capital del país en 1955. En este lapso siguió impartiendo clases de canto y su fama como docente fue muy apreciada. El ex presidente interino ha sido un caso extraordinario de un artista del bel canto que además fue un político que no delinquió. Tal vez por esa razón no ha tenido los suficientes reflectores en la historia de México, ya que estamos ante un acontecimiento insólito e infrecuente de un político mexicano con sensibilidad artística y además honrado.
Semblanza curricular
Daniel Escorza, (Pachuca, Hgo., 1963)
Es historiador, y desde 2001 se desempeña como investigador de la Fototeca Nacional del INAH. Ha escrito diversos artículos de divulgación y académicos. Ha escrito mas de 11 libros que versan sobre la historia de la fotografía y sobre la historia regional. Su mas reciente publicación es Mineral de la Reforma, un municipio en su Centenario, 1920-2020, mismo que por motivos de la pandemia, apareció en formato digital, el pasado mes de abril del presente año.
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